CONSECUENCIAS DEL REDUCCIONISMO PSICO-SOCIAL DE LA CONCIENCIA


JORDI CERVÓS NAVARRO

Universitat Internacional de Catalunya. Departamento de Bioética, Facultad de Medicina.
Universitat Internacional de Catalunya. Ethical, legal and social considerations for Brain Banking Proyecto PL 970376.


Una de las características de actitudes erróneas que observamos en sistemas políticos del último siglo y en actitudes personales de la actualidad o en construcciones de pseudoética, se deben a al reducción de la conciencia a un fenómeno subjetivo que juega un papel completamente difuso en la conducta en general y en las decisiones concretas de la persona

El camino que ha llevado a esta visión parcial reduccionista de la conciencia fue preparado por distintos factores y personas, entre los que cuentan de forma decisiva, Schopenhauer, Nietzsche y Freud. Ninguno se estos tres teóricos pudo negar el hecho de que la persona humana tiene conciencia, una voz interior da la voz de alarma antes de actuar o le recrimina y no le deja ninguna tranquilidad cuando se ha comportado de forma contraria a sus convicciones íntimas. Sin embargo; cada uno de estos tres teóricos, dio distintas explicaciones al origen y al funcionamiento, así como a la justificación de la conciencia: Schopenhauer la relativizó, Nietzsche luchó contra la misma, y Freud subrayó su acondicionamiento psicológico y sociocultural.

En sus elucubraciones sobre la conciencia con independencia más o menos total de la ética cristiana, Schopenhauer llevó la cuestión a una categoría universal haciendo hincapié en el hecho, para él sorprendente, de que la discusión sobre la conciencia tenga en todo el mundo alguna características parecidas, independientemente de qué raza o área cultural se trate. Mientras que los escolásticos hablaban de la ley universal que se encuentra también inscrita en el corazón de los paganos, Schopenhauer hablaba del sentimiento de compasión que es común a todos los pueblos y religiones.(1) Sin embargo, aunque Schopenhauer no negara la existencia de valores humanos universales que se pueden derivar de sentimientos comunes, dada la gran variedad de costumbres, hábitos e instituciones presentes en la humanidad, se llega a una concepción relativista de la conciencia y, por ende, de la moral. Se puede decir que Freud y todos los que vinieron tras él, podrían si quisieran, remitirse a Schopenhauer como su antecesor.

Sin embargo, hasta llegar a Freud falta un eslabón decisivo. El puente necesario entre la filosofía antigua hacia el nuevo psicoanálisis lo tendió Nietzsche, a quien la conciencia sólo le interesa en su forma negativa, bajo el aspecto de "recuerdo doloroso" y "sentido de culpabilidad" "überstrenges Gewissen" que lleva a una actitud de esclavos "Empfindung von Sklaven". La lucha de Nietzsche se dirigió a lo que él llamaba el antisensualismo, es decir a todos los ideales del cristianismo y de la moral del occidente europeo que él consideraba contrarios a los instintos vitales. Su lucha se dirigió también contra el poder de la conciencia culpable con cuya ayuda el hombre se empequeñecía, se debilitaba y devenía dependiente. Los sistemas totalitarios de este siglo aprendieron bien la lección de Nietzsche. Con Nietzsche se llegó a una inversión de todos los valores que permitía e incluso llevaba indefectiblemente a la posibilidad de liberar a la persona de las obligaciones de una moral cristiana y occidental, creando un hombre, dueño de si mismo, libre de toda independencia. Este "nuevo hombre" no tiene ninguna conciencia culpable, sino sólo una conciencia auténtica, que se fundamenta en una autonomía absoluta de la razón humana.

Para los teóricos del nacional-socialismo el pecado, que se refleja en la conciencia consciente de culpa, era una perversión de origen judío heredada por el Cristianismo y absolutamente indigna del hombre de raza aria. Es uno de los capítulos más tristes del cientifismo del siglo XX el que la utopía de una raza, que nunca se pudo definir más que eliminando a todos los no europeos y a los europeos eslavos o los de ascendencia judía, etc., ejerciera una atracción tan irracional a masas de la población alemana. La superioridad de la raza radicaría precisamente en la eliminación de todo sentimiento de culpabilidad. En el nacional-socialismo los dictadores pretendían determinar lo que es justicia o injusticia independientemente de toda norma ética que no fueran las que eran idóneas al sistema político. La indoctrinación ideológica tenía como finalidad el conseguir que las masas trasladaran o pusieran su conciencia en manos de los que detentaban el poder.

Los resultados de los regímenes totalitarios especialmente la guerra mundial con sus más de 30 millones de muertos y los campos de concentración con todas sus atrocidades fueron muestra del peligro que conlleva un concepto de conciencia que no tiene ya ninguna referencia a normas fundadas metafísicamente. El genocidio no es algo nuevo en la historia y en nuestros días ocurre no solamente en las luchas tribales del continente africano donde el número de víctimas ha alcanzado unas cifras espeluznantes, en los Balcanes en medio de una Europa que presume de civilizada, sino también en los otros continentes. Sin embargo, la forma sistemática, completamente racional y prácticamente sin el atenuante de un componente emocional que fue la característica más tenebrosa de los programas de genocidio del régimen nazi, es un exponente a lo que puede conducir una conciencia "liberada y autónoma".

Mientras que Nietzsche consideraba y aparentemente parecía que liberaba al hombre, en realidad lo que hacía era desgajarlo y desenraizarlo del orden sobre el que se fundamenta y apoya la dignidad de la persona. Por eso no es de extrañar que en una reminiscencia de esta actitud se relativiza el valor básico de la vida y con la ayuda de los medios de comunicación se llega a la aceptación del aborto e incluso se justifica y legaliza. Dentro de la misma línea se alzan voces a favor de la legalización de la eutanasia. La conciencia como instancia objetiva desaparece y se abre el camino a la intemalización de la misma que sería postulada más tarde por Freud, aunque el nacional-socialismo repudió a éste, entre otras razones por ser judío.

Para Freud, la conciencia es sólo un producto de la educación. No se trataría de la voz de Dios ni de una ley natural, sino del "über ich", el superego, que se va formando por la intemalización de la autoridad de los padres a lo largo del desarrollo del niño. Para Freud la conciencia se reduce a "sozialenAngst", "miedo social", y nada más. Al considerar la conciencia solamente como una forma de domesticación Freud implica que la fuerza normativa de lo bueno no tiene ningún sentido. La conciencia pierde toda su objetividad y se rige sólo por las reglas de cada uno de los sistemas que la han formado. Las fronteras entre el bien y el mal se difuminan y que una persona sea un héroe o un criminal depende exclusivamente o fundamentalmente de las normas sociales por las que se valora. Mientras que el psicoanálisis de Freud pretendía poner en guardia frente a una moral autoritaria, al hacer hincapié en su teoría de proyección religiosa y desmitificacíón o desmitologizacíón de la conciencia abrió el paso a la subjetivización total de la misma como instancia moral. En un clima que favorece una tolerancia y permisividad totales, en realidad todo se considera como objetivamente indiferente. El único valor real es la conveniencia personal y el bienestar individual con un claro componente sensualista: ningún otro valor, se piensa, puede ser antepuesto a este bienestar, a la abundancia, al placer, a la felicidad o al éxito como estado normal e inmediato. En consecuencia, se fomenta la relativización, la indiferencia, la permisividad más absoluta.

Como Juan Pablo II en su "Encíclica Veritatis Splendor" describe esta situación todavía actual: "...Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien o una determinada situación..." "...sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás. El individualismo, llevado a las extremas consecuencias, desemboca en la negación de la idea misma de la naturaleza humana..." En efecto, si no se acepta la existencia de principios universales válidos para toda persona humana, no se puede hablar de una naturaleza común a todos los hombres.

Lo curioso de la situación actual es que por un lado la conciencia cada vez se reclama más y por otro lado cada vez significa menos. Al mismo tiempo de preconiza la pluralidad, relatividad y acondicionamiento de su origen, se le atribuye una mayor importancia como árbitro en la lucha de los derechos de la libertad del individuo, y con frecuencia se presenta como lo único que puede aportar el hombre moderno para hacer frente a la dominancia de sistemas "inhumanos o sobrehumanos". Muchos de los problemas que se presentan en las cuestiones de bioética y gran parte de las soluciones falsas que se dan, se deben precisamente a la relativización de la conciencia o incluso más concretamente a la falta de formación de la conciencia tanto de los científicos y médicos, como de gran parte de la población.


1. Die Welt als Wille und Vorstellung - 1819.