SOBRE EL VALOR Y EL CARÁCTER INVIOLABLE DE LA VIDA HUMANA
Comentario a la Carta Encíclica Evangeliun Vitae. De S.S. JUAN PABLO II
Alejandro Serani Merlo.
Pontificia Unversidad Católica de Chile, Centro de Bioética, Facultad de Medicina.
Dada la extensión, la riqueza de contenido, y la importancia histórica y doctrinal del documento al que estamos aludiendo, el presente comentario no puede tener mas pretensión que la de constituir un esbozo, una aproximación, y, por sobre todo, una incitación a la lectura completa personal de un texto que casi no es posible condensar sin traicionar.
La primera dificultad, o si se quiere precondición, para una adecuada inteligencia de este documento, surge del hecho que, aún cuando el texto constituye en si mismo un todo unitario y coherente, su plena comprensión exige una referencia a otros documentos magisteriales -recientes y menos recientes- que lo preceden y que éste supone, prolonga y completa. De entre éstos quizá haya que mencionar como los más importantes: Las Constituciones Conciliares "Gaudium et spes" y "Dei verbum", el reciente Catecismo de la Iglesia Católica, las encíclicas y exhortaciones apostólicas de Pontífices anteriores Casti connubii, Humani generis, Pacem in terris, Humanae vitae, Evangelii nuntiandi -entre otras-, y algunas encíclicas, exhortaciones apostólicas, declaraciones o cartas apostólicas del actual pontificado, entre las cuales: Redemptor hominis, Dives in misericordia, Iura et bona, Donum vitae, Salvifici doloris, Familiaris consortio, Centessimus annus, Sollicitudo rei socialis, y la Carta a las familias del año pasado, Gratissimam sane. Insistimos, sin embargo, que la sustanciosa y constante referencia a la tradición doctrinal anterior y presente no impide, ni mucho menos, una comprensión cabal del texto por si mismo.
Ahora bien, todo comentario sintético obliga a realizar ciertas opciones que conviene explicitar, a riesgo de inducir en errores. Nuestra opción ha consistido en hilvanar nuestras reflexiones acerca de la Encíclica, al hilo de lo que ella dice específicamente acerca de la Medicina, los médicos, y en general de todos los científicos y profesionales del ámbito de las ciencias de la vida y de la salud. Las razones que justifican el haber adoptado este derrotero van ciertamente mucho más allá del hecho circunstancial de encontramos reflexionando acerca de la Encíclica en una Facultad de Medicina.
Si se examina el contenido del presente documento, y el de buena parte de los documentos en los cuales éste se funda, y a los que confirma, completa y prolonga en muchos aspectos, se podrá apreciar el rol central que ocupa en éstos la tarea que en este siglo la Iglesia -a través de sus Sumos Pontífices- encomienda a los médicos, científicos y profesionales de la salud. Es posible constatar la urgencia con la cual esta tarea se les confía, la solemnidad con la cual la Iglesia pone en sus manos esa responsabilidad, la confianza con que la deposita sobre sus hombros, y el sincero reconocimiento para con sus logros. Lo anterior, que parece ser un hecho, y no una ilusión 'médico-centrista', obliga -creemos-, mucho más allá de una autosuficiente complacencia, a tomar nota extremadamente minuciosa del contenido, del carácter y de la importancia de la tarea que la Iglesia nos encomienda con tanta solemnidad, confianza y urgencia.
Para documentar e ilustrar lo que acabamos de decir quisiera proponerles la lectura de un breve texto de S.S. Juan Pablo II, tomado, no de la Evangelium vitae (EV), sino de la 'Carta a las familias', dirigido -en el contexto de esa carta- a los médicos y educadores que "ayudan a comprender y a poner en práctica la enseñanza de la Iglesia sobre, el matrimonio, sobre la maternidad y paternidad responsables" (1) . Este texto tiene la rara característica para este tipo de documentos, de hacer referencia a una experiencia autobiográfica, que confiere al llamado que contiene una cercanía y un realismo inigualables: "Mi aliento se dirige, además, a un grupo cada vez más numeroso de expertos, médicos y educadores verdaderos apóstoles laicos-, para quienes promover la dignidad del matrimonio y la familia resulta un cometido importante de su vida. En nombre de la Iglesia expreso a todos mi gratitud. ¿Qué podrían hacer sin ellos los Sacerdotes, los Obispos e incluso el mismo Sucesor de Pedro? De esto me he ido convenciendo cada vez más continúa Juan Pablo II desde mis primeros años de sacerdocio, cuando sentado en el confesionario empecé a compartir las preocupaciones, los temores y las esperanzas de tantos esposos (2).
¿Podría decirse que exageramos la importancia del médico cristiano para la Iglesia, sobre todo en lo que dice relación con el respeto a la vida, su integridad y su dignidad, cuando el propio Santo Padre se pregunta: ¿Qué podrían hacer sin ellos los Sacerdotes, los Obispos e incluso el mismo Sucesor de Pedro?
Para concluir esta introducción conviene advertir que se encuentra muy lejos de nuestra intención en este comentario el pretender que una reflexión a partir de la Medicina agote o cubra ni siquiera una parte mayoritaria del contenido de la Evangelium vitae. Se trata, ésta, simplemente de una invitación a una lectura completa y reposada del texto a partir de aquello que nos es más conocido -en cuanto médicos- y que nos compete de modo más específico.
PLAN DE LA PRESENTACIÓN
Dividiré la exposición que sigue en dos partes desiguales. La primera, más larga y difícil, consistirá en que luego de haber esbozado una descripción general de la Encíclica, nos concentremos en una suerte de lectura muy brevemente comentada de los párrafos que nos han parecido esenciales, de lo que se contiene en la Introducción y en el Primer Capítulo del documento. Por razones de tiempo era imposible haber hecho esto de modo completamente exhaustivo incluso para estas partes y mucho menos para el contenido total del texto, que ciertamente habría sido lo ideal. Esperamos que este método que por momentos podría ser árido tenga la virtud de hacer conocer el texto más de cerca, con el mínimo de interferencias del comentario.
La segunda parte, más breve contiene algunas observaciones muy generales a modo de conclusión.
UNA ANATOMÍA MACROSCÓPICA DEL DOCUMENTO
Para los que todavía no lo han tenido en sus manos, el texto consta de cuatro largos capítulos precedidos de una introducción, y seguidos de una corta pero admirable conclusión la que a su vez viene coronada por una invocación a la Santísima Virgen.
Cada uno de los cuatro grandes capítulos lleva un titulo principal que es siempre una cita de la Sagrada Escritura, y un subtítulo que expresa el contenido. Este mismo sistema de donle título es empleado para cada una de las 29 subdivisiones internas. Es de notar que este método había sido ya esbozado por Juan Pablo II en otros documentos, pero es la primera vez -a nuestro entender-que se lo emplea de modo exhaustivo. El resultado, sin duda notable, es que la lectura total del texto se realiza en el trasfondo permanente de una meditación bíblica y que la sola lectura de los títulos y subtítulos contiene ya en ella toda una catequesis. El texto total de 192 páginas de la edición castellana está subdividido en 105 párrafos largos o puntos, que resultan ser como ya es habitual la unidad más usada y más cómoda de citación.
La primera parte lleva como título principal LA SANGRE DE TU HERMANO CLAMA A MI DESDE EL SUELO que corresponde a las palabras dirigida por Dios a Caín en el capítulo cuarto del Génesis. El contenido de este capítulo viene expresado en el subtítulo: 'Actuales amenazas a la vida humana' con lo cual se ve que corresponde principalmente a una descripción general o status questionis.
La segunda parte: HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA (Jn. 10,10) Mensaje cristiano sobre la vida, constituye la parte nuclear del documento a la vez que, en mi opinión, la más rica, densa y difícil.
La tercera parte NO MATARÁS. La ley Santa de Dios, examina la moralidad de las acciones descritas en la primera parte y contiene las tres solemnes condenaciones contenidas en la Evangelium vitae en relación al homicidio, el aborto y la eutanasia. La primera en el apartado que lleva por titulo el texto de Génesis (9,5): 'Pediré cuentas de la vida del hombre al hombre'. La segunda en el apartado que cita al Salmo 139: 'Mi embrión tus ojos lo veían', y la tercera que cita al Deuteronomio (32,39) 'Yo doy la muerte y yo doy la vida'.
Por último, la marta parte A MÍ ME LO HICISTEIS (...) Por una nueva cultura de la vida humana, despliega un abanico de posibilidades generales e iniciativas concretas a ser realizadas por los cristianos en el sentido de la difusión en el mundo de la buena nueva de la vida.
LA INTRODUCCIÓN DE LA ENCÍCLICA
La encíclica comienza haciendo ver que el evangelio de la vida se encuentra "en el centro del mensaje de Jesús" (EV n.1) y esto porque el hombre cristiano sabe por la Revelación que "está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, ya que consiste en la participación de la vida misma de Dios" (EV 2).
Esta consideración específicamente cristiana acerca de la vida en su sentido sobrenatural, como venida de lo alto y personificada en Jesús, y que Juan Pablo n desarrolla sobretodo en la profunda meditación bíblica que constituye el capítulo n, tendrá como consecuencia dos efectos aparentemente contradictorios que están señalados al comienzo de la introducción. Por una parte, la vocación sobrenatural del hombre "manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal" (Ibid.), y, por otra parte" esta llamada sobrenatural subraya precisamente el carácter relativo de la vida terrena del hombre y de la mujer. En verdad, agrega Juan Pablo n utilizando una fórmula sugerente- esa (la vida terrena) no es realidad 'última', sino 'penúltima'''. Es decir, la visión de fe enaltece el valor de la vida humana, a la vez que la relativiza por relación a la vida de conocimiento y amor en Dios.
La Iglesia además dirige su mensaje “a todas las personas de buena voluntad", y no sólo al pueblo católico porque "(Ella) sabe que este Evangelio de la vida recibido de su Señor, tiene un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona. Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo."(Ibid).
Esta verdad de siempre se hace hoy, sin embargo "particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando ésta es débil e indefensa" (EV n.3). La encíclica cita luego extensamente y confirma la denuncia hecha por el Concilio Vaticano II: "Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador" (3).
Ahora bien, "este alarmante panorama -dice la Evangelium vitae-, en vez de disminuir se va más bien agrandando" (EV n.4) ya que surgen "nuevas formas de agresión... a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y podría decirse -aún más inicuo-" (Ibid.). En efecto ," amplios sectores...pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias" (Ibid.). "La misma medicina -continúa poco más adelante la Encíclica-, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores a realizar estos actos contra la persona, deformando así su rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la dignidad de quienes la ejercen" (Ibid.). El resultado "más dramático" al que se llega a través de estas y otras situaciones que se mencionan en la Introducción, es que "a la conciencia misma, casi oscurecida por condicionamientos tan grandes, le cuesta cada vez más percibir la distinción entre el bien y el mal en lo referente al valor fundamental mismo de la vida humana." (Ibid.).
"La sangre de tu hermano clama a mi desde el suelo".
El primer capítulo de la Encíclica, que se desarrolla sobre el trasfondo de una meditación acerca del Génesis, en particular, la muerte de Abel en manos de Caín su hermano, puede ser considerado como una descripción circunstanciada, realista, articulada y profunda, acerca de la situación actual de amenazas contra la vida. Tomaremos de esta extensa y dolorosa -aunque esperanzada descripción-, sólo algunos puntos de particular interés para lo que nos atañe.
Entre las enseñanzas que es posible extraer del triste episodio del Génesis, Juan Pablo II nos señala - en el punto 8 de la Encíclica- que "En la raíz de cada violencia contra el prójimo se cede a la lógica del maligno, es decir, de aquél que -según expresa el evangelio de San Juan- 'era homicida desde el principio' (Jn. 8,44)". Esto, nos parece, debe interpretarse -entre otros puntos- a la luz de lo que aparece más adelante en el punto 28, donde luego de haber descrito un duro panorama de miserias y esperanzas se dice: "Este horizonte de luces y sombras debe hacemos a todos plenamente conscientes de que estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida...Estamos no sólo' ante' sino necesariamente' en medio' de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida" (EV n.28).
En el punto No.11 el Papa expresa que su atención se concentrará en aquellos atentados "relativos a la vida naciente y terminal, que presentan caracteres nuevos respecto del pasado y suscitan problemas de gravedad singular... Estos atentados -dice Juan Pablo II- golpean la vida humana en situaciones de máxima precariedad, cuando está privada de toda capacidad de defensa. Más grave aún -continúa- es el hecho de que, en gran medida, se produzcan precisamente dentro y por obra de la familia, que constitutivamente está llamada a ser, sin embargo, 'santuario de la vida” (EV 11).
El Santo Padre se pregunta: "¿Cómo se ha podido llegar a una situación semejante?", iniciando con esta interrogante una larga y profunda reflexión acerca de los múltiples factores que la condicionan. Señala, en primer lugar, la existencia de "una profunda crisis de la cultura, que engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética.
No desconoce el autor de la Encíclica la presencia de "situaciones de particular pobreza, angustia o exasperación, en las que la prueba de la supervivencia, el dolor hasta el límite de lo soportable, y las violencias sufridas, especialmente aquellas contra la mujer, hacen que las opciones por la defensa y promoción de la vida sean exigentes, a veces incluso hasta el heroísmo. Todo esto explica, al menos en parte, cómo el valor de la vida pueda hoy sufrir una especie de 'eclipse', aun cuando la conciencia no deje de señalarlo como valor sagrado e intangible, como demuestra el hecho mismo de que se tienda a disimular algunos delitos contra la vida naciente o terminal con expresiones de tipo sanitario, que distraen la atención del hecho de estar en juego el derecho a la existencia de una persona humana concreta" (Ibid.).
La mayor parte de los que estamos aquí habremos tenido la oportunidad de constatar la fecundidad de la inteligencia humana a la hora de crearse coartadas y eufemismos. Es así que expresiones como interrupción involuntaria del embarazo, terminación, reducción embrionaria, anticoncepción postconcepcional, diagnóstico preimplantatorio y otras varias, son empleadas frecuentemente en el lenguaje médico para referirse a situaciones que son o presuponen un aborto. Algo análogo ocurre con el fin de la vida, al punto que hemos podido constatar que, en ciertos lugares -todavía no en nuestro país a Dios gracias- basta que los familiares expresen al equipo de salud 'que no desean que su familiar sufra', para que se sobreentienda inmediatamente que lo que se quiere es la eutanasia. Término éste de eutanasia que, en estas circunstancias, termina también siendo un eufemismo, porque lo que ocurre en realidad es un simple y vulgar homicidio, revestido por supuesto de todo el sigilo, la asepsia y la antisepsia sanitarias.
Más allá del clima de incertidumbre moral, la Evangelium vitae denuncia la existencia de "una verdadera y auténtica estructura de pecado" (EV 12) que se configura como' cultura de la muerte'. La encíclica ve la raíz de esto en "corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia" (Ibid.). Pudiéndose hablar incluso de una verdadera "guerra de los poderosos contra los débiles" (Ibid.). "La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado - dice el Papa- es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quién, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quién eliminar. Se desencadena así -continúa el texto- una especie de 'conjura contra la vida"(Ibid.).
En el punto 13 de la encíclica se queja el Santo Padre que en relación al aborto: "La misma investigación científica...parece preocupada casi exclusivamente por obtener productos cada vez más simples y eficaces contra la vida y, al mismo tiempo, capaces de sustraer el aborto a toda forma de control y responsabilidad social". Basta leer algunas publicaciones científicas recientes para comprobar estas afirmaciones (4).
"Se afirma con frecuencia -continúa la Encíclica- que la anticoncepción segura y asequible a todos, es el remedio más eficaz contra el aborto. Se acusa a la Iglesia Católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción". Juan Pablo II se extiende latamente para denunciar la falacia contenida en esta acusación. "Los contravalores inherentes a la 'mentalidad contraceptiva' son tales -afirma- que hacen precisamente más fuerte esta tentación, ante la eventual concepción de una vida no deseada...es cierto - se afirma más adelante -que anticoncepción y aborto, desde el punto de vista moral, son males específicamente distintos: la primera contradice la verdad plena del acto sexual como expresión propia del amor conyugal, el segundo destruye la vida de un ser humano; la anticoncepción se opone a la virtud de la castidad matrimonial, el aborto se opone a la virtud de la justicia y viola directamente el precepto divino 'no matarás'. A pesar de su diversa naturaleza y peso moral, muy a menudo están íntimamente relacionados, como frutos de una misma planta." (Ibid.).
En el punto 14 la Evangelium vitae examina la moralidad de las técnicas de reproducción artificial y del diagnóstico prenatal, pronunciándose además contraria al aborto eugenésico "cuya legitimación en la opinión pública procede de una mentalidad equivocadamente considerada acorde con las exigencias de la 'terapéutica'-que acoge la vida sólo en determinadas condiciones, rechazando la limitación, la minusvalidez, la enfermedad. Siguiendo esta misma lógica -prosigue la Encíclica-, se ha llegado a negar los cuidados ordinarios más elementales, y hasta la alimentación, a niños nacidos con graves deficiencias o enfermedades. Además, el panorama actual resulta aún más desconcertante debido a las propuestas, hechas en varios lugares, de legitimar, en la misma línea del derecho al aborto, incluso el infanticidio, retornando así a una época de barbarie que se creía superada para siempre" (EV n.14).
El punto 15 examina las "amenazas no menos graves que afectan a los enfermos incurables y a los terminales". Juan Pablo II propone aquí una interpretación original y profunda. En efecto, junto con reconocer que muchas de estas amenazas derivan de situaciones críticas de abandono y sufrimiento, menciona que" en el conjunto del horizonte cultural no deja de influir también una especie de actitud prometeica del hombre" (EV n.15) que creyendo triunfar sobre la vida y la muerte viene a ser en realidad derrotado y aplastado por una muerte carente de sentido y esperanza" (Ibid.).
A modo de síntesis provisoria el punto 17 reconoce el espectáculo alarmante que ofrece la humanidad de hoy "no sólo por los diversos ámbitos en los que se producen los atentados contra la vida, sino también su singular proporción numérica, junto con el múltiple y poderoso apoyo que reciben de una vasta opinión pública, de un frecuente reconocimiento legal y de la implicación de una parte del personal sanitario" (EV n.17). "El siglo XX -afirma Juan Pablo II confirmando lo que dijera en Denver en 1993, en la VIII Jornada Mundial de la Juventud- será considerado una época de ataques masivos contra la vida, una serie interminable de guerras y una destrucción permanente de vidas inocentes. Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible." (Ibid.).
No podemos seguir aquí por razones de tiempo, paso a paso la continuación de esta descripción de las amenazas contra la vida y el análisis detallado de sus causas. Constatemos sin embargo que la Encíclica no pretende transformarse en un libelo de denuncias, y que ya a partir del final del punto 24, de los 31 que conforman el primer capítulo, comienza a abrir el espíritu del lector a una visión de esperanza: "Sin embargo, todos los condicionamientos y esfuerzos por imponer el silencio no logran sofocar la voz del Señor que resuena en la conciencia de cada hombre. De este íntimo santuario de la conciencia puede empezar un nuevo camino de amor, de acogida y de servicio a la vida humana"(EV n.24). Retornando, entonces lo ya afirmado en los primeros párrafos de la Encíclica, la esperanza del triunfo definitivo de la cultura de la vida por sobre la cultura de la muerte descansa -según el Papa-, entre otras cosas, en un hecho crucial, y éste es que el Evangelio de la vida encuentra siempre, en definitiva, "un eco profundo y persuasivo en el corazón de cada persona" (EV n.2); eco que ninguna presión cultural, psicológica, económica o política logrará jamás acallar.
Más allá sin embargo, de este bastión último contra la violencia, la mentira y el error, representado por la conciencia moral de la persona humana, el capítulo primero de la encíclica nos abre a la plenitud del Evangelio de la vida que comienza ya a explicitarse en el Deuteronomio "Yo te prescribo hoy que ames al Señor tu Dios. que sigas sus caminos y guardes sus mandamientos, preceptos y normas...Escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a mi; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días" Dt. 30, 16. 19-20).
No obstante esto, la Encíclica viene a subrayar que: "La opción incondicional en favor de la vida alcanza plenamente su significado religioso y moral cuando nace, viene plasmada y es alimentada por la fe en Cristo" (EV n.31). "Es en la sangre de Cristo donde todos los hombres encuentran la fuerza para comprometerse en favor de la vida. Esta sangre es justamente el motivo más grande de esperanza, más aún, es el fundamento de la absoluta certeza de que según el designio divino la vida vencerá. 'No habrá ya muerte' exclama la voz potente que sale del trono de Dios en la Jerusalén celestial (Ap 21,4). Y san Pablo nos asegura que la victoria actual sobre el pecado es signo y anticipo de la victoria definitiva sobre la muerte, cuando 'se cumplirá la palabra que está escrita: 'La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Donde está, oh muerte, tu victoria? ¿Donde está, oh muerte, tu aguijón?' (1 Cor. 15, 54-55)" (EV n.25).
COMENTARIO FINAL
Muchas cosas más sería necesario citar y comentar para tener una imagen más o menos completa del contenido de esta Encíclica y de las realidades y problemas a los que ella refiere. Este documento debiera ser leído, analizado y discutido en profundidad en el medio académico y estas reflexiones difundidas por los medios de comunicación social en los meses que siguen, y esperamos que así sea. No nos hacemos tampoco grandes ilusiones con respecto a esto último. Por desgracia, los medios de comunicación social en la hora presente, lejos de constituirse en una verdadera instancia educativa y crítica al interior de la sociedad, se han transformado en defensores histéricos de un establishement del cual profitan y al cual parecen encontrarse adaptados. No nos ha de extrañar entonces que la realidad dolorosa que intenta sacar a luz esta Encíclica y el mensaje incómodo que ella propone sean envueltos como de costumbre, en una conspiración del silencio y de la ignorancia. Eso, en todo caso, no es en absoluto lo esencial. Lo esencial que es la realidad, termina siempre a la larga por imponerse, para bien o para mal, y es en ese plano que la Iglesia nos insta en particular a los profesionales y científicos de la vida a tener un rol protagónico.
Hay una cosa que es más interesante que leer la historia, y esta es hacer la historia, aunque, es fuerza reconocerlo, pocas veces tenemos esta segunda oportunidad. Si hay un grupo humano en la hora presente que tenga este privilegio por antonomasia de encontrarse no 'ante' este" enorme y dramático choque" histórico del cual la Encíclica nos llama a todos a "hacemos ..plenamente conscientes", sino 'entre' las fuerzas en conflicto, somos nos guste o no, nosotros, los científicos y profesionales de la vida. No caben frente a esto las neutralidades, estamos, como expresa lúcidamente la Encíclica "implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida".
1. Gratissimam sane n.12
2. The dem.
3. Gaudium el spes n. 27
4. En el número del 13 de Abril del New England Journal of Medicine aparece un estudio de un grupo escocés en el que se asocian mifepristona y prostaglandinas intravaginales para producir abortos químicos en 270 mujeres. Por supuesto que el trabajo tiene el descaro de mencionar que la experiencia fue aprobada por el comité local de ética. Cf EI-Raley H., Rajasekar D., Abdalla M., Calder L., Templeton A, lnduction of abortion with Mifepristone and oral or vaginal Misoprostol, New England Joumal of Medicine 332:983-987,1995.