EL RETO DE LA BIOÉTICA
José Luis del Barco
Departamento de Filosofía, Universidad de Málaga (España).
Si definir la Bioética fuera asunto de palabras, apenas habría problemas. Bastaría con recurrir a diccionarios científicos. O a enciclopedias biomédicas. O prontuarios al día. O a manuales modernos donde se pueden hallar cientos de definiciones. Voy a repasar algunas para ir entrando en materia.
M. Lavados la define de manera muy sencilla: "estudio de los problemas éticos que plantea el desarrollo de las diferentes ciencias y tecnologías que pueden aplicarse y por tanto influir o modificar - a la vida humana"1.Lo mismo viene a decir, aunque con otras palabras, la Encyclopedia of Bioethics. La Bioética estudia, como hizo siempre la ética, la conducta de los hombres. Pero ahora en un campo nuevo: "el área de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en la medida en que esta conducta es examinada a la luz de los valores y principios morales" 2. Tampoco es original el conocido bioético H. T. Engelhardt, que señala algo tan obvio como que la Bioética ha de ayudar a su modo a cuidar de la salud. Por eso dice que es la "expresión crítica de nuestro interés en emplear convenientemente los poderes de la medicina y las ciencias biomédicas para procurar el cuidado de la salud"3. Muy parecida simpleza se le ocurre a Thomas H. Murray, que define la Bioética como "estudio de las cuestiones éticas en medicina, atención sanitaria y ciencias de la vida"4. Y también van Rennsselaer Potter, al que una tarde inspirada se le ocurrió la palabra, la define laxamente, sin romperse la cabeza para adentrarse en honduras, como" estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias humanas y de la atención sanitaria, en cuanto se examina esta conducta a la luz de valores y principios morales"5. Daniel Callahan no hace tampoco ningún alarde teórico. Dice muchas menudencias: que la palabra "Bioética" se ha creado hace muy poco, que es un campo con futuro para la investigación científica, una materia académica y hasta una fuerza política y una fuerza cultural. "Casi desde sus comienzos", señala resueltamente, "la Bioética ha sido una hija de su tiempo, y una hija de buena fortuna". Otros hay que se conforman con decir que la Bioética "es un vocablo compuesto de bios = vida y ética". Podría estar las horas muertas contando definiciones.
La definición nominal es un poco perezosa. Nos pone sobre la pista. Más no llega a la raíz y no se mete en honduras. Nos priva de las delicias del conocimiento a fondo. Es como si al ver la mar, que se exhibe y balancea una piel zarca y briscada ante los ojos atónitos ebrios de tanta belleza, contempláramos tan sólo la superficie risueña y olvidáramos del todo la oculta profundidad donde late sin descanso la intensa vida marina. Sería una mirada ciega que no ve aquello que mira. Sería un mirar por encima. Yo invito a la zambullida para observar lentamente en el silencio abisal de la hondura invisible qué es eso de la Bioética. Con los ojos bien abiertos, pendientes, sin pestañear, tomaré el pulso a esta ciencia.
II
Los que dan un paso más y no se contentan sólo con explicamos el nombre exponen cómo ha surgido. La descripción del origen es un camino instructivo por el que me interno ahora. ¿Cómo nació la Bioética? Casi todos los científicos, eruditos y filósofos coinciden en una cosa: el progreso biomédico y el avance de la técnica han contribuido de manera decisiva a que aparezca en escena. El análisis de casos, la solución de dilemas, las reflexiones morales sobre principios teóricos, la formación concienzuda para tomar decisiones, los derechos del paciente, la dignidad de la vida y tantas y tantas cosas que nos inquietan hoy día han entrado decididos en las ciencias biomédicas movidos por el poder de una técnica pujante que no conoce barreras y cree que es omnipotente. Guy Durand sigue esa línea.
Gilbert Hottois es, sin embargo, quien mejor ha demostrado el rol de la tecnociencia en el nacimiento de la Bioética6. La tecnociencia moderna ya no es simplemente ciencia. Es saber para poder. Es poderío sobre el ser, dominio sobre las cosas. La ciencia no sólo indaga los misterios de este mundo. Ahora domina y destruye, reconstruye y manipula, se entromete e inmiscuye. Mangonea lo real. Mientras la ciencia ejercía el mando sobre las cosas, la sangre no llegó al río. Pero ahora ya se ha desmadrado. Ahora no es capaz tan sólo de modificar la naturaleza física, sino la naturaleza humana. Por eso ha dicho Hans Jonas que ha perdido la inocencia.
Lo vivo, o parcelas suyas, se usan sin contemplaciones para "recrear" la vida y "fabricar" seres vivos inéditos hasta ahora. Y también, inversamente, hoy es posible idear mecanismos futuristas como si fueran vivientes que puedan reproducirse y tiendan a evolucionar. La reproducción humana, un proceso natural vinculado a ese misterio llamado "sexualidad", está cambiando mucho. Ahora es un problema técnico resuelto en laboratorios. El primer gran entusiasta de esta forma de engendrar, postiza y superficial, de quita y pon y trucada, es el buitre doctor Wagner. El genio de la poesía Johann Wolfgang Goethe, Midas soberbio del verso que quintaesenciaba en rimas lo que su pluma tocaba, escribió estrofas sublimes en que recoge ese anhelo de reproducir al hombre sin el abrazo amoroso. "¡Dios me preserve de ello! El antiguo modo de engendrar / es reconocido por nosotros como una mera broma / El tierno punto de donde brotaba la vida / la gran fuerza que se exhalaba en su interior/que recibía y transmitía, destinada a formarse a sí misma / a alimentarse primero de sustancias próximas y luego de sustancias extrañas/ha perdido ya desde ahora toda su importancia y toda su dignidad. / Si el animal encuentra aún en ello placer, el hombre, dotado de nobles cualidades, / debe tener un origen más noble y puro".7
¡Cómo ha corrido la técnica después del ávido Wagner! La inseminación artificial es una práctica asidua. Hay técnicas de congelación, donantes de células sexuales, madres, ¿o más bien madrastras?, y úteros de alquiler. Se puede elegir el sexo a gusto y a voluntad, fecundar la nueva vida entre las paredes curvas de un fino cristal frío, transferir los embriones al útero hospitalario. También es posible ya clonar innúmeros seres genéticamente idénticos: brotes o esquejes iguales, que es lo que" clon" significa en el idioma griego. Esa copia equivalente de seres intercambiables es el emblema señero de la cultura mimética. ¿No es la vida novedad, algo nuevo bajo el sol y que nos coge de nuevas? ¿No es la vida irrepetible, singular y dispareja, exclusiva y personal? ¿A qué entonces la donación? ¿Para uniformar la vida que es surtido y variedad? Estas preguntas punzantes, hirientes y al rojo vivo, son preguntas Bioéticas.
La técnica biomédica no se detiene ni para en fabricar a los hombres de manera artificial. También urde hibridaciones mediante el cruce mestizo de individuos de otras razas. De diferentes especies en combinaciones raras. Y confecciona quimeras increíbles y fantásticas. La más antigua quimera, aquel animal fingido con cabeza de león, cuerpo bóvido de cabra y apéndice de dragón que regurgitaba fuego, la urdió el rapsódico Hornero. Se encuentra en el canto VI de su perdurable Iliada.
Muchas centurias después se han implantado con fortuna un gen de conejo albar en un embrión de rata. Y en la actualidad se piensa en construir seres utópicos, mitad hombres mitad bestias, como planeó sin tino aquel grupo de científicos del simposio de la CIBA de 1962, para aguantar el rigor de ciertos trabajos duros y adaptarlos como un guante a los viajes galácticos. Hay científicos osados que han pretendido cruzar al ser humano y al cerdo. Parece que está cantado el éxito del cruzamiento, pues los cerdos y los hombres "tienen un gran parecido". La insulina de los cerdos es idéntica a la humana. La hormona de crecimiento del animal de bellota, de 300 aminoácidos, difiere de la del hombre exclusivamente en uno. Y ya ha habido japoneses, dispuestos siempre a copiar y hacerlo todo pequeño, que han solicitado fondos y han pedido el beneplácito para crear "hombres - mono"8. También son muy semejantes los monos y los humanos. Aunque existen diferencias en los complementos cromosómicos, gran parte de las regiones cromosómicas, casi el 99 por 100 son comunes a los dos.
¿No ha perdido la salud, la salud ética mínima, quien da ocasión y da pie a engendros tan monstruosos? ¿No es inmoral y antiético crear esos "kamikazes", musculosos y zoquetes, recios y cabezas duras, aptos para producir sin pedir dietas o primas? ¿Se puede y se debe hacer todo lo que es fabricable? ¿No es indecente e inmoral degradar al ser humano cruzándolo con la bestia? ¿Qué queda de su albedrío y su dignidad sagrada cuando se juega con él? ¿Se manifiesta lo humano en su bregar incesante? O como decía Goethe: Nur ratlos betätigt sich der Mann?9. ¿Dónde está el freno que frene esos planes inhumanos? He ahí preguntas Bioéticas. ¿Se ve ya lo que espolea a la ciencia Bioética a salir a la palestra?
No se acaba aquí la cosa. La cosa es interminable, como infinita es la mar, que se extiende sin linderos y avanza llevando olas hasta riberas remotas para llenarlas de azul y bañarlas de clareza. También se patentan seres, vivitos y coleando, como invenciones inéditas cuando son obras complejas, fabricaciones sintéticas, logradas con esa técnica que es la manipulación genética.
Y no sólo el cuerpo humano, el organismo y el soma, que es instrumento expresivo que permite a las personas mostrar su interioridad y manifestar su ser, sino también su psiquismo, su espíritu y su conciencia, que no es conciencia aeriforme sino conciencia encarnada - o un espíritu en el mundo -, corre peligros hoy día de manoseo tecnológico. Ha crecido la amenaza porque el hombre está en peligro. En la era tecnológica es más que una frase lírica lo de "arrancársele el alma". Es casi una realidad en el mundo de la prótasis. Se pueden manipular las experiencias internas. La afectividad humana está sujeta a manejos y se utiliza y obliga, mandonea y manipula con técnicas psicológicas. Su misma vida simbólica, tan decisiva en el ser que es el "animal simbólico", corno ha mostrado Cassirer, está casi hiperestésica por el bombardeo de signos de esta gran Babel moderna del universo semiótico. La química puede cambiar un mal talante y mal temple por euforia y alegría. Se modifica el humor y se incrementa el vigor con complejos vitamínicos. Hay prótesis contra el dolor, prótesis para el placer y hasta contra la violencia. (¡Qué lástima que estas últimas tengan tan poca eficacia!).
Hasta la muerte severa - "un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio"10 se puede manipular. Hay quien congela cadáveres y los perpetúa occisos en un limbo silencioso de frío y nitrógeno líquido, esperando que la ciencia, después de vencer la muerte, le pueda dar otra vida inmortal y duradera. La tecnociencia no cree en la verdad rigurosa - "En mi principio está mi fin" - recogida en los cuartetos de T. S. Elliot. Ni acepta, con Baudelaire, que la muerte inevitable sea "el único blanco auténtico de la detestable vida". Cuando la técnica pueda vender la inmortalidad, el hombre no será más, corno dejó escrito Hölderlin, el ser que "ve también la muerte y es único en temerla". No suplicará a Dios, corno le pedía Rilke, que dé a cada cual su muerte: "Señor da a cada cual la muerte que le es propia".
La Bioética ha de frenar esa imagen fantástica de la medicina que la presenta investida de poder sobre la muerte. "El rasgo esencial de la última fase de la biomedicina", dice Ulrich Eibach, "es disponer al hombre en el mundo de tal forma que puede ser objeto de investigación y planificación: un diseño tecnológico más. Las recientes técnicas biomédicas, farmacológicas y psicológicas apuntan a una reorganización y reconstitución del hombre, de sus relaciones corporales anímicas y sociales. El fin oculto de la ciencia, orientada por un pensamiento utópico, parece ser la creación artificial de seres vivos y la victoria sobre la muerte". Esto son más que palabras. En 1968 trabajaban en Estados Unidos más de mil equipos en el problema de cómo derrotar el envejecimiento. Poco antes, R.C.W. Ettinger indujo a numerosos lectores de su obra, The Prospect of Immortality, a reservarse una plaza en el" dormitorio congelado" para ser devueltos a la vida cuando su enfermedad se pudiera curar.
III
¿Es esto un cuadro tremendo? ¿Acaso es todo temible? ¿No nos da más que disgustos, despierta alarma y angustia, dudas e intranquilidad, la técnica biomédica y su soberbio poder? No. De ninguna manera. Hoy asistimos atónitos, como ha escrito Jean Bernard, a dos grandes revoluciones. La primera es terapéutica. Comienza en 1936 cuando se descubren fármacos, sulfamidas y antibióticos que acaban con enfermedades terribles en el pasado. La segunda es biológica. Su cénit es el hallazgo de ese "programa informático", asombroso e impresionante, que es el código genético. ¡Cuánto bien hay que esperar de esas dos revoluciones! Pero hay que cuidar también que no acaben, como todas, comiéndose a sus propios hijos. Hoy, después del programa bárbaro de eugenesia hitleriano, sabemos que no es difícil emplear tanto saber para degradar al hombre. Basta con ver en el ADN, según expresión soberbia de Ernesto di Mauro, el nuevo" dios genético". Para usar en bien del hombre, de su nobleza y grandeza, su excelencia y dignidad, la gran sabiduría científica ha nacido la Bioética.
Yo soy un hombre optimista y confío en el progreso. Creo que al hombre le espera un mañana floreciente donde se habrán conjurado males antes incurables. Pero también se adivinan nubes en el horizonte. No hace falta ser un lince para otear el peligro. Porque la técnica es neutra y puede hacer mucho bien, pero también mucho mal, ha nacido la Bioética. Hay que huir de la impaciencia. Moliere se percató de los males de la prisa, y la técnica biomédica corre en nuestros días que vuela. "Nuestra impaciencia", decía, "lo estropea todo. La mayor parte de los hombres muere por culpa de los remedios, no por causa de sus enfermedades". Y hay que librarse también de la manía de atribuir a la técnica un poder ilimitado para que haga y deshaga sin reflexión ni cuidado: sin respetar los valores ni cuidar la dignidad. ¿Puede hacer lo que le plazca? ¿Está por encima de todo? ¿También del bien y del mal como creía estado Nietzsche? ¿Es insensible y neutral, apática y desafecta, con la dignidad humana? ¿Es verdad lo de hágase el milagro y hágalo el diablo? ¿El fin justifica los medios? ¿Vale todo, da lo mismo, da igual y nos deja fríos el trato dado a la vida? ¿Se acabó la compasión, la ternura y condolencia que animó a la medicina desde los tiempos de Hipócrates? ¿Es la única verdad el imperialismo técnico, la tiranía tecnológica, que dice que es deber hacer todo lo que se puede hacer? ¿No hay que oponerse al poder de "reelaborar" al hombre? ¿Hay que searndar a Engelhardt cuando dice que" al final, los hombres revisarán la naturaleza humana"? Para responder despacio, con rigor y exactitud, con precisión y cuidado, a estas preguntas roedoras ha nacido la Bioética
Lo explicaré con palabras, plásticas y rigurosas, del Bioético Jung. "Sófocles aseguró que' el hombre es un portento". Dos mil cuatrocientos años más tarde, el biólogo francés Albert Jacquard precisa que es 'Un portento en peligro'. Evitar que, por decisiones aberrantes, el hombre sea un peligro para el hombre es una de las razones de ser de la bioética"11. No es pequeña la tarea de esta disciplina joven, pero con mucho futuro y una misión filantrópica al servicio de los hombres, que nació hace poco tiempo cuando la ciencia y la técnica perdieron la inocencia.
IV
El origen de la Bioética nos señala su destino. Nos dice qué fin persigue. Nos indica el objetivo: mantener digna a la vida. Por eso me he detenido en mostrar por qué ha irrumpido con vigor y con pujanza en el escenario público. Para entenderla del todo, hace falta, sin embargo, averiguar la razón de la eticidad humana. ¿Por qué es ética la vida? ¿Por que exige el bios del hombre un trato moral y ético? ¿Por qué Bioética y no "zooética" o "fitoética"? ¿Cómo es la vida del hombre para que haya que cuidarla con reparo y miramiento? ¿Tan alto es el ser del hombre que nos infunde respeto? Me ocuparé, finalmente, de este asunto peliagudo.
Antes me saturaré de vida. Quiero oír en mi interior su pulsación penetrante. ¿Y qué mejor que mirar la mar vivificadora, con su movimiento vivo de mareas y de resacas en ir y venir constante? ¿Su crónica actividad que estimula a aventurarse en peripecias vitales? ¿Su luz grande y esplendente que da savia a la existencia y el anochecer remiso sobre las aguas umbrías que la hermosea y embellece en un acto bienhechor de misericordia estética? La mar es "vida sin muerte". "Agua enorme...No reposa / Para que algo eterno vibre / Nunca vencido por fosa: / El mar libre" (J. Guillén). La vida, como la mar, es arcana y enigmática. Hay que echarle imaginación para desvelada. "Toca a la imaginación creadora de nuestros filósofos, artistas y científicos", dice Octavio Paz en La llama doble, "redescubrir no lo más lejano sino lo más íntimo y diario: el misterio que es cada uno de nosotros".
Severo Ochoa, científico excepcional laureado con el Nóbel, abrevió demasiado cuando redujo la vida a mera física y química. “Para la mayoría de los científicos la vida es explicable en casi si no en totalidad en términos de la física y la química". Eso es cortar por lo sano para quedarse en la inopia. No es de extrañar que mostrara un escepticismo mártir y una actitud de derrota ante el empeño científico en desentrañar la vida. "Eso no quiere, sin embargo, decir", añadía Severo Ochoa, "que sepamos lo que es la vida. ¿Lo sabremos jamás?". Igual camino trillado sigue Santiago Grisolía. Quiere una definición "aséptica". Lo aséptico es lo libre de gérmenes. Lo que no tiene peligro de infección o de contagio. "¿Qué es la vida?", se pregunta Grisolía. Así responde el científico. "Una definición bastante aséptica sería que la vida en este mundo tal y como nosotros la entendemos, es un conjunto de estructuras que son capaces de reproducir, cambiar por recombinación genética o mutación y de transmitir sus características a sus descendientes". Aséptica sí que es la tesis de Grisolía. Ni nos contagia ni infecta y nos deja indiferentes. Eso es una vida cualquiera. ¿Pero es una vida humana'?
La pura vida biológica es demasiado poco para dar cuenta hasta el fondo de la digna vida humana. Los procesos biológicos no son criterio adecuado sobre el valor de la vida. ¿Qué explicación biológica dilucida sin rodeos - palmaria e indudablemente - esa aspiración humana a felicidad completa? ¿A base de anatomía se da cuenta del amor? ¿Cómo si "amar es todo, conocer no es nada"? (Ricardo León). Con argumentos genéticos, físicos o biológicos, es imposible, igualmente, justificar el valor de las personas humanas que se llama dignidad. ¿Cual es la razón biológica de la inviolabilidad del hombre? ¿Por qué es un fin en sí mismo no sujeto a los caprichos de la voluntad de nadie? !Qué corta es la concepción de la vida y el vivir como compendio y resumen de procesos biológicos! Cosas tan propias del hombre, como la libertad o la responsabilidad, resultan inexplicables para la idea "biologista" y sobre todo la muerte, el fin y el acabamiento de las funciones biológicas que da valor singular a la existencia exclusiva, se convierte en un misterio12.
Los poetas nos presentan una vida ennoblecida. La alquimia de la poesía tiene ese poder fantástico. ¿Está más cerca el poeta de la vida en plenitud -vida íntegra y entera- de lo que lo está el biólogo? Algunos dan cuenta espléndidamente de su aspiración a más. "Esta vida que amo...que me hace afán y luz". (Juan Ramón Jiménez). Heine, como vate melancólico muy propenso a la tristeza, destaca lo fragmentario, lo parcial y mutilado, de la existencia completa, que a veces se queda corta, trunca, a mitad de camino. Eso es lo que dice un verso de su Regreso al hogar (Heimkehr): Muy fragmentario es el mundo y fragmentaria es la vida. El lúgubre Leopardi, el poeta desdichado que compuso La ginestra en las faldas del Vesubio, también se fija en lo adverso de la realidad vital. De ahí que llame a la vida "esa larga enfermedad". Schiller es más entusiasta. La otra cara de la vida: la que le impulsa a elevarse al reino de lo ideal. "Huye de la vida estrecha, y enmohecida/al Reino de lo ideal". Holderlin, el atormentado, en medio de sus penurias, saca fuerzas de flaqueza. Llama al hombre "el más dichoso" de todos los seres vivos. ¿No es el más dichoso de todos los seres vivos? ¿Será porque su vida tiene un origen eminente y una dignidad cimera? ¿Porque es imagen de Dios? El tierno Jorge Guillen, el del vivir impaciente, canta con verso encendido la endeblez de la existencia finita. "Una vez ha de ocurrir / el aire no será mío".
Nietzsche, un filósofo tocado con rara genialidad, dice que la vida es mitad Dionisos mitad Apolo. Lo dionisiaco de la vida es el ímpetu. La vida, en este sentido, es una cierta violencia. Es una energía eficaz, parecida al brío incesante de las olas que arremeten contra el litoral marino, para emprender con pasión la peripecia excitante de la existencia magnífica. La dimensión dionisiaca es la vida irracional. Es lo impulsivo. La fuerza ciega que mueve a la actividad. El empuje, la pujanza, el arranque, la impetuosidad. Por eso es característica de las vidas inferiores. Las formas altas de vida, la vida más excelente, la superior vida humana, no es inquietud dionisiaca. No es mero poner en marcha. Ni mero alboroto inquieto a la busca de sí misma. Eso es el "ello" freudiano, la voluntad de poder, el vehemente elán vital, el deseo de placer, de riqueza o bienestar o cualquier alfilerazo que busca satisfacción. Eso son formas de vida sostenidas y apoyadas en un instinto esencial.
Lo apolíneo de la vida es la configuración. La vida no es un arrebato ciego, sino energía dirigida. La vida apunta a la forma. Cuanto más alta es la vida, mejor conformada está. Vivir es "contornearse", formarse y aquilatarse, adiestrarse y educarse: adquirir figura humana. Es dotarse de unas formas que no sean perecederas. Empaparse de saber, saturarse de belleza, impregnarse de bondad. La vida configurada con formas inextinguibles es una vida serena: vida personal y digna. Esa es la vida que es ética. La que exige un trato afable, benévolo y compasivo, próvido y lleno de amor. La que azuza a la Bioética a presentarse en escena a defender su valor.
V
Vivir es perfeccionarse. Vivir, en sentido humano, es mejorar y subir, corregirse y renovarse, progresar y superarse. La esencia del hombre es crecer. No renovarse es morir. ¿Y qué ley hay que seguir para pulir la existencia y redondear la vida? Ninguna ley automática. Ninguna ley necesaria. Las leyes del mundo físico, la legalidad natural, se cumplen maquinalmente. Su vigencia es coactiva. Legislan déspotamente tanto si nos viene bien como si nos viene mal. El mundo físico, el reino animal y nuestra "parte mundana" - la dimensión animal y física del ser humano - están sujetos, dura e inflexiblemente, rígida y exactamente, a leyes inquebrantables.
La ética no tiene sitio donde rigen esas leyes severas e inexorables y que se cumplen de suyo. No es así, forzosa y obligatoria, la legalidad humana. Las leyes del ser humano son leyes de libertad. Son leyes de seres libres para llegar a ser libres.
No es difícil percibir que la existencia del hombre es algo muy peculiar. A diferencia del bruto y del cosmos inconsciente, el hombre no sólo vive. Además de subsistir, respirar y alimentarse, reproducirse y morir - todo lo que constituye el mero sobrevivir - debe dirigir su vida. La existencia de los hombres está a cargo de ellos mismos. Es algo que está en sus manos. Caminamos por la vida con nuestra existencia a cuestas. Gobernamos el vivir como el marinero guía la nave hacia su destino. Para esa inmensa tarea, que es la tarea del vivir - tarea exclusiva del hombre-, no tenemos leyes fijas. Contamos con leyes libres. Por aquí se ve que el hombre no concuerda con las cosas y es algo raro en el mundo. Es un ser excepcional. Es un ser moral y ético. Es criatura de Dios.
Ser ético significa no contar con leyes fijas para andar por la existencia. Ser moral quiere decir que nuestra existencia humana no la ordenan ni gobiernan las puras leyes mecánicas que se cumplen y obedecen de manera necesaria. La legalidad del hombre son leyes de libertad. Son las leyes voluntarias que no se cumplen de suyo, sino cuando lo decido yo. Ser ético significa que somos seres autónomos. Nuestra vida no está en manos solamente de la física. Cuando optamos o elegimos, somos capaces de obrar movidos por lo debido. No sólo la gravedad, o cualquier otra ley física, gobierna la vida humana. Si me caigo de una altura, cumplo rigurosamente la ley de la gravedad. Me doy un golpe de muerte como si fuera una piedra. Pero cuando miento o robo, ayudo o doy de lado al amigo, cumplo con mi obligación o cargo el peso en los otros, engaño o soy persona leal, critico y pongo verde a los otros o no soy malediciente y no hablo por detrás de nadie, cuando coopero con otros o no tomo parte en nada, trabajo por la justicia o soy parcial y arbitrario, soy decente o indecente, comedido o deslenguado, humilde o fatuo y soberbio, cuando hago el bien o el mal, cuando odio y cuando amo, sigo leyes no forzosas. Ni obligatorias ni impuestas, sino libres y potestativas, autónomas y espontáneas, voluntarias y objetivas. La vida humana - asombrosa y formidable, bella e inconmensurable - es intrínsecamente ética. ¿Sorprende que unos bios así reclame respeto ético? ¿No es eso pedir lo suyo? Hacer justicia a la vida, dar al vivir lo que es suyo: eso es la bioética.
1 M. Lavados y otros (eds.), Problemas contemporáneos en Bioética. Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile 1990, p.17
2 W. T. Reich (ed.), Encyclopedia of Bioethics, New York 1978, Introducción, p. XIX.
3 H. T. Engelhardt, Jr., Bioethics and Secular Humanism. The Search for a Common Morality, London, Philadelphia 1971, xi.
4 Th. A. Murray, Ethical Issues in Human Genome Resean:h, en The Ethical Dimensions of the Biological Sciences. Ed. by R. Ellen Bulger E. Heitman and S. Joel Reiser Cambridge Univ. Press U.S.A. 1993, p.283.
5 Citado por J. Gafo, 10 palabras claves en Bioética. Ed. Verbo Divino, Estella 1993, p. 11.
6 Cfr. G. Hottois, El paradigma Bioético, Anthropos, Barcelona 1991.
7 J. W. Goethe. Faust. zweiter Teil. Versen 6838-6847.
8 Cfr. F. Wagner (Hg.), Menschenzüchtung, Münche 1969.
9 J. W. Goethe, op. cit. Vers 1759.
10 R. Machado, Soledades IV, en Poesía Completa, Espasa, Madrid 1989.
11 D. Jung, Bioéthique. Naissance d´une convention. Forum du Conseil del´Europe, février 1993. p.25.
12 Cfr. J. Schwardtländer (Hrsg.), Der Mensch und sein Tod, Göttingen 1.976.